Por
Borja Vilaseca
Amarse a uno mismo es sin duda el gran aprendizaje vital que todos los
seres humanos hemos de realizar para poder ser verdaderamente felices
y disfrutar de una vida plena. Para lograrlo, hemos de aprender de los
tres grandes maestros de la autoestima: los padres, la pareja y los
hijos.
Como
cualquier otro proceso vinculado con el desarrollo espiritual, gozar
de una sana autoestima no es un trayecto lineal, sino que se produce
en espiral.
En
ocasiones parece que damos tres pasos hacia delante. Y en otras, dos
para atrás.
A veces
sentimos que levitamos hacia el cielo. Y en otras, que nos hundimos
en dirección al infierno…
Amarnos
a nosotros mismos es un camino sin meta.
Es
un trabajo diario sin festivos ni días libres. No en vano, el amor es
el alimento que nos permite vivir con mayúsculas una existencia feliz,
abundante y plena.
Durante esta interminable historia de amor, muchos nos topamos con tres
grandes maestros espirituales, cuyas enseñanzas dan para toda una vida
de aprendizaje.
Cada
uno de ellos es en sí mismo un nítido espejo donde podemos ver reflejada
nuestra parte luminosa y también nuestro lado más oscuro. Y a su vez,
cada uno de ellos es una pantalla donde en ocasiones, sin darnos cuenta,
proyectamos lo mejor y lo peor de nosotros.
Estos
tres maestros de la autoestima son los padres, la pareja
y los hijos.
Qué gran ironía y paradoja que las personas que supuestamente más nos
quieren y queremos, son también con las que más nos perturbamos.
No
en vano, padres, pareja e hijos protagonizan nuestros vínculos afectivos
más íntimos.
Son
con quienes más mostramos nuestra vulnerabilidad.
Y de
quienes más apegados estamos y más dependemos emocionalmente.
De
ahí que esperamos inconscientemente que resuelvan los conflictos internos
que nosotros no sabemos resolver por nosotros mismos.
EL PRIMER MAESTRO ESPIRITUAL
LOS
PADRES
“Nunca es tarde para tener una infancia feliz.”
(Milton Erickson)
Todo comienza con el día de nuestro nacimiento. Durante el parto se
produce nuestra primera herida: la de separación.
Nos
arrancan de ese maravilloso chill-out llamado “útero” donde nos sentíamos
conectados y fusionados con nuestra madre y, por ende, con el Universo
entero.
Y de
pronto salimos al exterior, nos cortan el cordón umbilical y empezamos
a sentirnos solos y separados.
Aparecen
un sinfín de necesidades que no podemos cubrir. Y dado que no podemos
valernos por nosotros mismos, solo podemos esperar que otros se hagan
cargo.
Es
entonces cuando nace el apego.
Es
decir, la creencia de que necesitamos de los demás para sentirnos seguros,
queridos y felices.
Nos pasamos muchos años tal vez demasiados dependiendo emocionalmente
de nuestros padres.
Sin
darnos cuenta buscamos su aprobación, su cariño, su apoyo y su comprensión,
enajenándonos cada vez más de nuestro interior.
Llegamos
a padecer tal desconexión con nuestra verdadera esencia, que para tapar
el incómodo vacío que sentimos adentro nos perdemos por completo en
el afuera.
Al
no estar en contacto con la abundante e inagotable fuente de amor y
felicidad que se encuentra en nuestro fondo interior, nos convertimos
en mendigos emocionales, buscando el amor y la felicidad donde jamás
la lograremos encontrar: afuera de nosotros mismos.
Durante la primera etapa de nuestra vida, nuestro niño interior va sintiéndose
desvalorizado, humillado, maltratado, rechazado, abandonado y, en definitiva,
muy poco querido.
Y no
tiene tanto que ver con cómo fueron objetivamente nuestros padres, sino
con el modo en que los interpretamos de forma subjetiva.
De
hecho, si seguimos en guerra con ellos es simplemente porque no sabemos
cómo estar en paz con nosotros mismos.
En
eso consiste madurar: en dejar de culpar y de culparnos, tomando las
riendas de nuestra vida emocional y espiritual.
Y sí,
en general este camino de curación emocional viene motivado por una
saturación de sufrimiento, el cual es necesario para vencer nuestra
resistencia y miedo al cambio.
Para sanar nuestra autoestima, el primer gran aprendizaje vital que
podemos realizar a través de nuestros padres consiste en emanciparnos
emocionalmente de ellos para ser libres de su influencia psicológica.
Al
soltar definitivamente la mochila emocional que hemos dejado que cargaran
sobre nuestros hombros, logramos por fin empezar a sanar los traumas
vinculados con nuestra niñez.
Esta
sanación deviene cuando comprendemos que hemos tenido los padres que
necesitábamos para iniciar un proceso de autoconocimiento que nos permita
convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
Para
lograrlo hemos de cultivar la compasión y la aceptación, comprendiendo
que nuestros padres lo han hecho lo mejor que han sabido.
EL SEGUNDO MAESTRO ESPIRITUAL
LA
PAREJA
“La
mayoría de parejas están compuestas por dos niños asustados y traumados
que esperan mutuamente que el otro les sane sus heridas”.
(Krishnananda)
Todo
lo que no resolvemos emocionalmente en relación con nuestros padres
lo acabamos atrayendo y proyectando sobre nuestra pareja. En la vida
nada sucede por azar o casualidad.
Y si
no, echemos un rápido vistazo a nuestros ex.
¿Acaso
no hemos tropezado con la misma piedra con todos ellos?
A menos
que nos hayamos emancipado emocionalmente de nuestros padres sintiendo
paz y agradecimiento por las enseñanzas recibidas, difícilmente sabremos
ser felices por nosotros mismos en el momento presente, pudiendo establecer
un vínculo sano, libre, amoroso y respetuoso con nuestra pareja.
Si no hemos ahuyentado los fantasmas de nuestro pasado, estos nos llenan
de miedos e inseguridades en el presente, boicoteando inconscientemente
nuestra relación sentimental.
De
este modo, cultivamos una relación basada en el apego y la dependencia
emocional.
Nuestra
pareja se convierte en nuestra felicidad. Y al necesitar de ella, nos
es imposible amarla, boicoteando nuestro futuro con ella.
Y
no solo eso.
La
falta de autoestima provoca que sintamos un profundo temor a perder
a nuestra pareja, la cual consideramos que es nuestro único proveedor
de amor.
Es
entonces cuando la posesividad, los celos y el afán de control entran
en acción. Y es una simple cuestión de tiempo que la relación termine
dinamitando.
Curiosamente,
debido a la codependencia emocional, muchas parejas terminan conformándose
con relaciones tóxicas de las que les es muy difícil escapar.
Gracias a este segundo maestro espiritual, tenemos la oportunidad de
trabajar el desapego y la independencia emocional.
Para
lograrlo hemos de comprender que la única relación verdaderamente profunda
y duradera es la que mantenemos con nosotros.
El
resto de vínculos son un juego de espejos(donde nos vemos reflejados)
y de pantallas, donde nos proyectamos.
Y que
el auténtico amor de nuestra vida hemos de ser nosotros para nosotros
mismos, pues nadie más puede hacernos felices, por más que Hollywood
y Disney traten de convencernos de lo contrario.
Solo
así dejaremos de sentirnos una media naranja para experimentarnos como
una naranja entera, pudiendo amar y respetar a nuestra pareja como lo
que es: un ser completo y libre.
EL
TERCER MAESTRO ESPIRITUAL
LOS
HIJOS
“La mayoría de padres están dispuestos a hacer
cualquier cosa por sus hijos menos dejarles ser ellos mismos”.
(Banksy)
Todo lo que no hacemos sanamos e integramos en relación con nuestros
padres y nuestra pareja lo acabamos proyectando sobre nuestros hijos.
Es
decir, que a menos que estemos comprometidos con nuestro crecimiento
y desarrollo espiritual, haremos con nuestros retoños lo mismo que nuestros
progenitores hicieron con nosotros.
A este
fenómeno se le conoce como “paternidad inconsciente”.
Y consiste
en condicionar y adoctrinar a las nuevas generaciones con la vieja mentalidad
de los adultos, obstaculizando que nuestros hijos gocen de una sana
autoestima que les permita convertirse en seres humanos libres, responsables,
maduros, sabios, conscientes y auténticos.
Es
algo que se viene produciendo de generación en generación desde el inicio
de los tiempos.
Qué gran equivocación es pensar que como padres hemos venido a enseñar
a nuestros hijos un sinfín de tonterías.
Y qué
gran revelación es comprender que hemos venido a aprender de ellos las
cosas verdaderamente importantes de la vida.
El
reto de la “paternidad consciente” consiste precisamente
en darnos cuenta de que nuestros hijos son una poderosa pantalla donde
tendemos a proyectar nuestros demonios internos no resueltos, así como
un reluciente espejo donde seguir viendo reflejadas nuestras sombras
más oscuras.
Gracias a estos maestros espirituales personalizados, podemos cultivar
el mayor aprendizaje de todos para sanar definitivamente nuestra autoestima:
el amor incondicional.
Y es
que al amar a nuestros hijos estamos directamente amando a nuestro niño
interior, trascendiendo así el linaje emocional de nuestro árbol genealógico.
Solo
de este modo podremos soltar a nuestros hijos a su debido tiempo, permitiendo
que tomen sus propias decisiones y que cometan sus propios errores,
favoreciendo que sigan su camino en la vida.
Por todo ello, aprovechemos a nuestros padres, a nuestras parejas y
a nuestros hijos para confrontar nuestra ignorancia y hacer consciente
nuestra sombra.
Solo
de este modo gozaremos de una sana autoestima, posibilitando que empleemos
nuestra sabiduría interior para brillar con luz propia, irradiando amor,
respeto y aceptación a todos aquellos con los que nos cruzamos en nuestro
camino.
Y una
vez sintamos que hemos culminado este proceso de aprendizaje, no olvidemos
ser educados y dar gracias a nuestros maestros por las enseñanzas recibidas.